A veces vamos buscando
ese hombro donde llorar,
esa mirada cómplice que compartir,
esa risa que se contagia.
Y entonces te das cuenta,
de que las lágrimas no tienen refugio,
de que tus ojos no encuentran dónde parar,
y de que el chiste que contaste
se quedó en la nada del silencioso vacío.
Rodeados de un mundo en el que te cuesta encajar,
buscando apoyos
en el espejismo de relaciones absurdas,
y pidiéndole consejo a quien ni sentarse sabe solo.
Y por la vida vas yendo,
tanteando el camino y tentando a la suerte.
A veces consiguiendo tener encuentros casuales
que llenan los huecos recónditos de tu alma aturdida.
Escuchando palabras que calman
los brotes de aliento perdidos
entre el susurro de los llantos y gritos
tirados como rocas sobre la pared callada.
ese hombro donde llorar,
esa mirada cómplice que compartir,
esa risa que se contagia.
Y entonces te das cuenta,
de que las lágrimas no tienen refugio,
de que tus ojos no encuentran dónde parar,
y de que el chiste que contaste
se quedó en la nada del silencioso vacío.
Rodeados de un mundo en el que te cuesta encajar,
buscando apoyos
en el espejismo de relaciones absurdas,
y pidiéndole consejo a quien ni sentarse sabe solo.
Y por la vida vas yendo,
tanteando el camino y tentando a la suerte.
A veces consiguiendo tener encuentros casuales
que llenan los huecos recónditos de tu alma aturdida.
Escuchando palabras que calman
los brotes de aliento perdidos
entre el susurro de los llantos y gritos
tirados como rocas sobre la pared callada.