30 de mayo de 2009

Caos


Vidas que pasan
como ráfagas del viento frío de Otoño.
Que dejan huella a su paso
y se llevan consigo parte del aroma
que nos envuelve a cada uno.

Agua que emana del rocío de la noche,
que gota a gota
acumula lágrimas de llantos perdidos,
provocados por el recuerdo,
enfrentados al olvido y abnegados de su pasado.

Ramas del árbol
arrancadas por la fuerza de rabiosos truenos,
que circulan por el suelo
chocándose unas con otras,
más por necesidad de desahogo
que por búsqueda de consuelo.

Golpes a la nada.

Puños cerrados con el corazón apretado,
y el contoneo de la sangre
que va circulando por todo el cuerpo.
Agazapado, muerto de miedo...

...sin saber qué hacer ni cómo enfrentarse
a todo lo que hasta el momento
creía tener controlado.

Susurros de un lejano tiempo,
cuando todo parecía ser eterno.
Fantasías destruidas por la realidad,
que más que cruda, es amarga.

La verdad al final espanta,
y te deja un sabor
un tanto ácido para el recuerdo.

Sin querer que todo quede
en el vacío de un mundo perdido,
luchando por lo que un día fue mío,
tuyo, de quien fuese que ya no será.

Muertos y vivos
conviviendo en el mismo desierto,
confundidos con espejismos
que reflejan el alma
del encuentro entre ambos portales.


El ser y el profeta.
El mago y la hechicera.
Lo oculto y lo divino.
Nada termina de ser claro,
y todo queda un tanto difuso.

Sigo sin entender
porqué no hay calma entre tanto desconsuelo,
cuando el anhelo del mismo debería de bastar
para que pare
y se encuentre por fin la respuesta
a las dudas nunca formuladas.