7 de agosto de 2008

Un día, guiados por estrellas, seguro que nos encontraremos de nuevo


Son tantas las rosas
que una y otra vez
depositaría bajo tu almohada.

Aún marchitas, son hermosas.
Siente su olor acaramelado
sobre tus labios, bajo tu pelo.

Deslizando sus pétalos por tu cara.
Van cayendo, uno a uno, sobre tu ombligo.
Tu piel se vuelve suave como ellas,
y se acentúa el color rosado de tus mejillas.

Pero como toda historia de amor, acabó, no pudo ser.
Yo me enamoré, y tú no lo soportaste.
Tú te enamoraste, y yo ya no te quise.
Ahora tu sangre bañaba tus sábanas.

Si hubieses sabido que yo las dejé ahí por eso,
con la intención de que sus espinas
rozaran tu preciosa cara.
Quizás no me hubieses querido tanto.

Pero ni yo mismo lo sabía.
Descubrí ser un traidor demasiado tarde.
No hubo perdones válidos sin rencores eternos.
No existieron sonrisas bajo tantas miradas perdidas.

Sólo tú y yo sabíamos la verdad.
Y tú ya no estabas.
Y yo moría de amor.