28 de noviembre de 2009

Y, entonces... ¿en qué quedamos?


Sentir el aleteo del ave que ni volar puede.

Confundida por tu culpa,
enojada por tus incoherencias,
y sumida en una apatía absurda
por seguir cayendo en esta tonta agonía.

Más si ya ni creer-te debería.
Se engaña antes al más inocente,
y se deja esperanzado al menos precavido.

Creyente del amor,
abdicada la corona hace tiempo.

Seguiré vagando hasta encontrar ante mí
al príncipe claro y conciso que sin rodeos
me pida la hora sin dobles intenciones.