Y, entonces... ¿en qué quedamos?
Sentir el aleteo del ave que ni volar puede.
Confundida por tu culpa,
enojada por tus incoherencias,y sumida en una apatía absurda
por seguir cayendo en esta tonta agonía.
Más si ya ni creer-te debería.
Se engaña antes al más inocente,
y se deja esperanzado al menos precavido.
Creyente del amor,
abdicada la corona hace tiempo.
Seguiré vagando hasta encontrar ante mí
al príncipe claro y conciso que sin rodeos
me pida la hora sin dobles intenciones.